El club de la lucha

Resulta que la lucha es materia reservada. Solo las personas integradas en el sistema tienen la potestad de participar en el proceso de toma de decisiones. El resto, la mayoría invisible, debe obedecer y callar. Un sistema que protege a la élite poderosa y ataca la disidencia solo puede mantenerse a través del miedo, la desinformación y el militarismo. Consecuencia: la división de la resistencia. La falta de oportunidades que brinda esta democracia tiene como consecuencia la desmovilización de una gran parte de personas que no encuentran cauce a su malestar y frustración. Si disientes, eres subversiv*. Te indican que participes, pero a través de sus cauces, de sus formas y sus reglas. La sacralización de las instituciones y poderes del Estado impide la crítica. Una burocracia acomodada y construida sobre una base de obediencia adquirida es la que controla y ejerce control de acceso al poder.

El sistema es inamovible. Se presenta como único, irreemplazable, ‘el mejor de los sistemas posibles’. Hemos llegado al nivel de ocultar el carácter ‘capitalista’ del mismo. Se enmascara. El edulcorante endulza la amargura de la injusticia. La indignación conoce la apatía de personas acomodadas que consideran la rebeldía un acto de subversión superflua, sustentada en estereotipos alimentados por los ‘media’. Quien decide arremeter contra el sistema no se sienta sobre los adoquines, busca las vías de contrarrestar el poder y la política inhumana del capitalismo neoliberal.

Cuando nos creemos guardianes de una esencia ‘revolucionaria’, estamos renunciando a la crítica, al debate constructivo, a la cooperación y apoyo mutuo propio de personas que apuestan por organizarse horizontalmente, sin jerarquías en el aire.

Que nadie te etiquete, te juzgue, te valore. La independencia del individuo que se organiza y funciona entre iguales nunca dependerá de su admisión en un club de elegid*s. La lucha global requiere acción global, sin carnés de activista ni pantomimas insignificantes.

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