Regalos

No necesité despertador. La ligera claridad de la mañana fría de febrero abrió mis ojos. Un nuevo amanecer. Preparé el desayuno con dedicación, con mimo apasionado. Desperecé los músculos agarrotados de la noche mientras escuchaba la radio. Un poco después, me dispuse a salir. La bicicleta estaba dispuesta. Rodé y rodé. Pedaladas de aire. Mezclado entre la naturaleza y el asfalto, pensé en regalos de cumpleaños. Regalos que harían de este día algo realmente especial, único. Regalos sin Valentín.

Me gustaría que me regalaran personas en las que confiar. Me gustaría que cada una de ellas encuentre un hueco en su ajetreada vida para el amor, la amistad, la solidaridad… Desearía que me regalaran citas en las que compartir un vino entre risas y conversaciones intrascendentes que se convierten en memorables charlas de café o sofá. Que se regalaran vidas sin stress. Que disfrutaran de los pequeños detalles que hacen de la vida algo único e irrepetible. Un amanecer, un banco en el parque en invierno, un sonido de agua, paseos en bici. Regalos en forma de brisa de aire puro cargado de domingo. Os pido eso.

Regalaos una vida sin sentimientos de culpa. Una vida de victorias y derrotas, sin reproches. Un vaso de zumo recién exprimido de aciertos y fracasos, sin tristeza añadida. Una mirada furtiva, una caricia, mil besos y veintiocho abrazos de amistad y cariño. Esos son regalos.

Sigo pedaleando y pienso que me voy a regalar energía para seguir adelante. Me regalo nuevos amaneceres en los que brille la esperanza de cumplir sueños, de romper barreras y saltar obstáculos. Me regalaré desayunos sin paroxetina. Tardes de cine. Viajes en metro con libro incorporado. Deporte, salud y madrugones de fin de semana. Música relajante en la penumbra de mi pequeño refugio. Me regalo eso y mucho más, porque son sólo 28. Por último me regalo este vino tinto de cumpleaños, en los que estas líneas os acarician el alma y me acercan a vosotr@s.

En la oscuridad

Un ruido entreabrió mis ojos. Una brisa helada recorrió el pasillo hasta la alcoba. Ligeras vibraciones de cristal llegaban a mis oidos. Alguien estaba en el salón. Me levante, en alerta. No sabía si acercarme o esconderme bajo la cama. Valor y miedo se meclaban en la sangre. La vena sarajevita se inflamó y me arriesgué. En penumbra, a pequeños pasos descalzos, avance hacia la sala de estar. Una tenue luz acariciaba el pasillo. Luna llena. De un brinco, entré en la habitación, armado con mi alpargata. Las cortinas volaban. la ventana dejaba fluir suaves destellos lunares. Una botella de champán medio vacía bailaba ligeramente sobre las baldosas húmedas de alcohol. Un copa dormía junto a ella. Restos de polvores y turrón, junto a migas de mazapan completaban el espacio entre la pequeña mesa y la ventana. Alguien había estado allí. Al darme la vuelta, una gran caja de color rojo me esperaba sobre la mesa del comedor. Me acerqué. No recordaba haberla visto antes de dormir. La abrí. Encontré una pequeña bolsita color plata: «Quien tiene un por qué para vivir se puede enfrentar a todos los cómos». Volví a la habitación. El alba me despertó, tres horas más tarde. La resaca luchaba por conquistar mi cabeza. Me sobrepuse ¿Había sido todo un sueño? Me acerqué al salón…